viernes, 22 de junio de 2007

NUEVAMENTE LA VIVIENDA



Lluis Casas

Como doy por supuesto que ustedes han leído la serie de artículos sobre el maldito embrollo de la vivienda que esta digna casa virtual ha ido publicando, me ahorro el espacio del recordatorio y salto a consideraciones de actualidad. Si alguien tiene tiempo y ganas puede acceder a lo publicado con dos o tres pulsadas del ratón. Lo tienen fácil.

La prensa ha señalado una reducción en el incremento del precio de las viviendas, al tiempo que anuncia que numerosas inmobiliarias se han ido al garete (¿He leído una cifra de 50.000 o lo he soñado?). Intuyo que en realidad se han escondido. La alarma sobre la evolución de los precios ha crecido en las últimas semanas y se dice que éstos no sólo no crece sino que se reduce a mayor velocidad de la que cabria esperar. Por lo que se sabe el tiempo de espera en una venta es de varios meses, cuando un año atrás era pocos días. Incluso he visto en televisión cómo una vendedora ponía verdes a los propietarios privados de pisos que, al venderlos, quieran ganar tanto creando problemas en el proceso de venta. Algunos tienen mucha cara dura y poquísima memoria.


No solo la prensa se ha hecho eco de ese cambio de coyuntura: el gobierno y otras instituciones públicas y privadas descuentan algunas décimas de crecimiento con cargo al reajuste inmobiliario. Incluso ese instrumento de brujería económica que es la bolsa se está viendo azotada por solemnes transferencias de riqueza o, pura y llanamente, reducciones considerables de la misma. Entiéndanme ustedes, riqueza bolsaria, no estrictamente real. La cotización se disuelve en la dura realidad como un azucarillo. En definitiva que el sector --y lo que le cuelga-- está de los nervios.


Veamos si es posible traducir al buen dialecto de Parapanda ese flujo de noticias y aseveraciones. Todo el mundo estará de acuerdo que en España se ha vivido una fase de especulación inmobiliaria basada en un crecimiento de los precios que nada tenia que ver con los costes, ni siquiera con una demanda solvente y real de vivienda. Probablemente más del 50% de la vivienda construida ha ido a parar al ahorro o a la pura especulación, no a la satisfacción de una necesidad social (independientemente del tipo de vivienda y de su coste). Si analizamos la distribución del precio podemos afirmar que una parte substancial han sido beneficios más que extraordinarios para promotores y en su caso para particulares (los que efectivamente ha procedido a una venta). El coste real de la vivienda, expresado en términos reales (beneficios estándar incluidos) estaría en torno del 50% del que ha estado vigente durante varios trienios. Ese inmenso flujo dinerario se ha transferido a la bolsa, con algunas compras mayestáticas y realmente sorprendentes, a la reinversión del sistema especulativo (compra de suelo a recalificar), al consumo suntuario y a un incremento importante de los trabajadores de la construcción y sectores afines, lo que facilita su difusión a toda la economía. Todo hay que decirlo, ese incremento laboral y de salarios del sector no han seguido paralelamente el alza de los precios, en caso contrario hablaríamos de trabajadores de la construcción millonarios.


El siguiente efecto hay que buscarlo en la deuda financiera que se ha generado --los hipotecados de por vida, así en esta como en la otra-- aunque también existe un efecto deuda entre promotores, que ahora están pagando caro si se rompe el mecanismo con que han funcionado. Ese efecto se dejará sentir a lo largo de la difícil digestión del coste de la compra. Los trabajadores que se han visto obligados a adquirir una vivienda a precio de “mercado” han depositado a manos de las entidades financieras la mitad de sus salarios actuales y para los próximos 30 años.


Bien, tal como advertía en uno de los primeros artículos, el ajuste de la vivienda ha venido de mano de ese ciego y cruel mercado. Y ello tendrá múltiples efectos. Señalo con insistencia que la política y la administración poco habrán hecho para mitigar los costes del alza y los otros costes que la recesión provocará. Han estado contemplando el paisaje y olvidándose de sus responsabilidades y de un sentido adecuado de la democracia que exigía actuar con contundencia. No ha sido por falta de instrumentos, los hay y muy eficaces, tampoco por falta de tiempo, lo hemos contado en trienios, ni siquiera por falta de recursos económicos, la misma vivienda ha generado ingresos fiscales a chorro. Ha sido por que han creído que esa era la política adecuada, simplemente. Y ahora, ¿qué podemos esperar?


Lo típico en un proceso de ajuste, bajas de diversa consideración en el sector empresarial, una limpieza de bajos, podríamos decir y un reenfoque de la actividad. Con seguridad, los promotores sólidos pretenderán que la administración les ayude en la transición, es decir, exigirán planes públicos de vivienda a los que adscribirse y otro tipo de ayudas bien conocidas. Capear el temporal, como dicen. Ello reducirá la demanda de mano de obra, que en un entorno decrecimiento económico podría ser absorbida por otros sectores.


El mayor daño, a mi parecer, estará en el mercando secundario. Me explico. Las ventas de vivienda de segunda mano, mayormente de propiedad individual, pueden notar el impacto de reducción de precio. El balance entre esfuerzo inversor (la compra) y la venta puede resultar doloroso. Mucha gente verá reducida su valoración de la riqueza y se agitará su relación con la hipoteca. Hará mucho daño. Ya lo habíamos dicho.


Lluís Casas, rendido a la evidencia que no habrá comprador para su plaza, bajo la puente.

jueves, 21 de junio de 2007

CATALANUYA Y LAS INFRAESTRUCTURAS




Lluis Casas


El asunto que encabeza el articulillo lleva de cabeza a varios gobiernos catalanes, a sus oposiciones parlamentarias, a catedráticos de diversas materias, sindicatos, patronos, empresarios y un largo etcétera. Y ello a causa de su gran trascendencia, sin lugar a dudas.


En el periódico La Vanguardia del domingo 17 de junio aparece un amplio reportaje sobre la materia que debe leerse con atención e inteligencia. No todo lo que dice es ajustado a la verdad, pero mucha verdad está descrita en él. Algún comentario solo es mera murmuración, pero en general late la cruda realidad. Como vengo comentando aspectos de la gestión de las infraestructuras no resisto la tentación de recomendarlo primero, léanlo y piénsenlo, para a continuación incidir en lo que considero más importante.


Primero, la sensación existente en Catalunya de estar perdiendo oportunidades en la pugna del desarrollo europeo no es broma. Unos lo manifiestan en función de intereses económicos, otros por su preocupación académica, otros desde una perspectiva emocional, pero esa sensación tiene consistencia, está basada en datos constatables y ha generado una alarma más que significativa. Incluso la calle, taxistas incluidos, se hace eco de ello.


Segundo, el problema, real y psicológico, ha saltado con dureza al patio de vecinos con un gobierno de izquierdas en Barcelona y en Madrid. Hablo del (des)encuentro entre Zapatero y Maragall y ahora, entre Zapatero y Montilla. En el artículo de referencia hay una frase, destacada, que considero como lo más duro dicho públicamente sobre la cuestión hasta ahora, dice, “con esta política (el freno al desarrollo de Catalunya), los más preparados (nuestros jóvenes) deberán emigrar (de Catalunya) en unos años”. Nunca había leído nada como lo anterior. Me quedé estupefacto. ¿Y si fuera cierto? Un desencuentro de ese calibre entre izquierdas hará daño, podemos estar seguros.


Tercero, se trata de una cuestión con dos aspectos principales, El financiero, los recursos que el estado y sus administraciones aportan a la financiación de las infraestructuras y el del poder de decisión, cuando, cómo, donde, por qué y qué. El primero ha estado en muchas portadas durante tiempo más que suficiente y no considero que desde un punto de vista racional haya mucho que discutir, aparte, claro está, de si son diez o doce los ministros de Cristo. El segundo se ha hecho más que evidente a raíz de la crisis del aeropuerto y del sistema de ferrocarril de cercanías. Ahora mismo es el núcleo de la cuestión y tiene más poder de convocatoria que las malditas finanzas. Nadie quiere ya que el autobús de su calle lo dirijan desde 600 kilómetros. De hecho, quieren dirigirlo desde casa. No es broma.


Cuarto, no se trata de competencias, ni de debates sobre federalismo. Si una sociedad se siente amenazada en su futuro al nivel que se aprecia en Catalunya se corre un riesgo cierto de ruptura de todas las compuertas y entonces habrá que mirar muy lejos y muy rápido para salvar los muebles.


Quinto, ningún país puede permitirse el lujo de frenar el desarrollo (o que se piense con cierta base que así ocurre) del territorio que ha tenido mayor impulso en los últimos 150 años y que está ensamblado fuertemente a la economía europea. Ello no perjudica a la necesaria política de reequilibrio territorial general, todas las zonas del estado deben acercarse al nivel deseable de bienestar y prosperidad. No son objetivos antitéticos, tal como el desarrollo impresionante de Madrid confirma.


Sexto, el calendario político deja poco margen para las florituras. O se da el paso: cumpliéndose ampliamente las expectativas estatutarias o el próximo encuentro va a tener interlocutores distintos.


Séptimo, las rentas del centralismo (tiene otros nombres, pero los evito) tienen costes. No es una renta limpia, ni claramente positiva. Quien se apoye en ella comete un error de bulto, no entiende la nueva y consolidada estructura del estado. Ni el papel de cada cual. Haría bien el gobierno en entender que ya hay más estado en las CCAA que en la sede del gobierno. El débil es él y se está enterando todo el mundo.


Octavo, la eficacia social de la maquinaria pública está hoy en manos de las CCAA. Quien no lo vea debe dirigirse al oculista más próximo. Los ciudadanos valoran positivamente la acción política y administrativa de las administraciones cercanas. Se han ganado un cierto respeto. No ocurre lo mismo con el centro.


Noveno, no se trata ya de Catalunya, aunque también. Catalunya es la punta de lanza de una concepción política con poderes diversos que cooperan con cierta elegancia y sinceridad, sin zancadillas continuas, ni miedo al balance fiscal. Mejor, sin miedo a la verdad del balance fiscal. Pero detrás de Catalunya están todos los demás. El juego del estatuto no es yo también por que sí. Es yo también porque esta es la lógica del sistema.


Décimo, no hay nadie en Catalunya que tenga un peso valorable que ponga en cuestión un sistema financiero solidario. Nadie pretende que otros territorios del estado se mantengan al 70% de la riqueza media. De lo que se trata es que los sectores populares y medios en Catalunya disfruten de parecidos sistemas de bienestar que en el resto del estado y que los sectores de más amplia riqueza aporten por igual, estén donde estén y que, aquí está el tomate, nadie vea frenado su futuro.


Termino augurando una solución elegante, tomando el término del optimismo del reconocido físico para resolver una parte de un problema que todavía ha de durar.

Lluís Casas, licenciado en temperatura social

martes, 12 de junio de 2007

¿ALGO QUE DECIR SOBRE EL CRECIMIENTO ECONOMICO?



Lluis Casas

La tormenta mediática en la que los dioses olímpicos nos han situado deja poco margen para la reflexión pausada y el comentario responsable sobre cualquier asunto de público interés. Ni que decir tiene que el mundo de las propuestas posibles y razonables está ahora mismo a años luz y en dirección contraria a la nuestra, sea esta la que fuere. Para la tranquilidad, o no, del lector residente en Marte lo sitúo en las concretas coordenadas espacio-tiempo en las que escribo: Elecciones locales y autonómicas, fin de la tregua de ETA, tensión en los medios acerca de la política de seguridad en Catalunya, inestabilidad de las fuerzas políticas que gobiernan, ahora, en régimen de casi exclusividad en Catalunya, dudas respecto al calendario de las elecciones generales, el PP haciendo de la suyas y un largo etcétera a gusto del lector. La situación podría ser más que angustiante, pero una larga práctica en la tensión política nos la hace, si ello es posible, más llevadera, pero no por ello menos preocupante.

El síncope inicial se debe a un deseo de plasmar una cierta perplejidad causada por una realidad económica confortable y duradera y una coyuntura política permanentemente agitada. La suma de fuerzas, que en física mecánica determinan una resultante, aquí origina perplejidad en el público lector e incongruencia en el menos leído. Por lo tanto, ninguna resultante útil. En cualquier otro momento o en distinto patio de escuela, una situación de crecimiento del PIB como el de ahora debería corresponderse con tensiones políticas y sociales en torno a la distribución de la riqueza existente: más y mejor educación, extensión de los sistemas de protección social, mejora razonable de las infraestructuras, aligeramiento de las tensiones en la vivienda, búsqueda de nuevos modos de desarrollo (cuanta falta hace esta palabra y su significado) e impulso a las medidas medio ambientales. Imagino a los Sindicatos, en mayúsculas, pretendiendo recuperar una parte del PIB hacia los salarios, a los responsables del desarrollo regional exigiendo aportaciones crecientes a infraestructuras locales y regionales, a los actuales e inmediatos pensionistas a lo suyo, ¡qué ya está bien! Y a los empresarios, como no, a desarrollar programas de I+D que hagan mucho más eficaz la empresa, la verdadera productividad y la mejora de los productos. En fin, programas económicos y sociales. El debate en el crecimiento. Ello no se ha dado, o no se ha dado suficientemente. El schoc mediático-político paraliza los esfuerzos sociales que deberían impulsar esa necesaria renovación de prioridades.



Hago aquí un alto y anuncio mi sincera disconformidad con el valor del PIB como sustancia de la realidad económica, pero me atengo a ello ya que no distorsiona lo que vengo a decir a continuación.

El crecimiento económico consistente estos últimos años y con unas tasas cercanas al lujo (al menos en Europa) está generando altos beneficios empresariales (hoy leo que una empresa incrementa el beneficio en un 36%), mucha ocupación (se ha absorbido un impacto inmigratorio inmenso con una elegancia en los modos que reconforta los ánimos humanos), excedente presupuestario público (el efecto de la expansión de los ingresos y de una acentuada torpeza en cumplimentar los gastos, sobre todo en la inversión descarga las tensiones en el déficit y aparecemos como los campeones del superávit presupuestario), los números positivos en la SS son anuales y permiten ir creando un formidable fondo de reserva. Además los tipos de interés, a pesar de los paulatinos aumentos, siguen estando en una zona controlada (los hipotecados disculpen las molestias), la inflación diferencial con Europa parece tender a suavizarse y los fondos europeos aterrizaran en la pista cero controladamente (cosa que podía haber tenido un altísimo riesgo).

Con lo dicho, el tío Solbes ha de estar más que contento. Si la economía va con el viento en popa, la política debería estar tranquilizada. Pocos gobiernos sufren castigos y ametrallamientos cuando el bolsillo está agradecido. Pues parece que no es así. La idiosincrasia hispánica adolece de muchas peculiaridades y estamos en una de las más sangrantes. Razono que una falta de administración de la bonanza económica está en la base de la turbulenta agitación. Unos buenos beneficios adecuadamente distribuidos contentan y satisfacen a los accionistas. Acumular excelentes cuentas de resultados con cargo a reservas y sin proyectos inmediatos hace subir la inquietud del pequeño propietario. Me pregunto de forma forzosamente retórica si seria posible semejante emplaste agitador con la población contenta. Pienso que no.

Veamos lo que pienso que ha faltado. Podemos matizar el éxito económico descrito evidenciando algunos agujeros mal parcheados que intuyo en la base de la escasa solidez gubernamental.

En primer lugar y en honor a la verdad de su importancia cito los salarios. La pérdida de capacidad adquisitiva y de peso en el dichoso PIB es más que constatable y ello en plena incorporación femenina al trabajo y con incrementos de trabajadores inmigrados de dos dígitos. Añadiré además que los trabajadores públicos no compensan la inflación desde principios de los noventa. Probablemente en Catalunya, con una inflación superior a la media, la pérdida se acerca al 18% del salario. Un gobierno socialista no debería haber dado la espalda a substanciales mejoras del salario base, de la contratación laboral (soporte de los salarios menos que mínimos) y de sus funcionarios. Aunque fuese una política tímida, los signos en ese sentido son imprescindibles.

En segundo lugar, la economía permite afrontar mejoras consistentes en la financiación de las CCAA. Catalunya arrancó con el beneplácito presidencial, con previsiones de desarrollo legislativo y reglamentario fluidas y se encuentra en el aparcamiento, planta novena. Con Catalunya, todas las demás. ¡Ojo! La financiación autonómica no solo es cuestión de sentimiento emancipatorio, es ahora mayormente la financiación de los servicios públicos, prácticamente todos transferidos: sanidad, educación, etc. Algo más que fundamental para el bienestar de los ciudadanos.

Tercero, la inversión, planificada a cotas excelentes en cifras en los presupuestos está dormida y no se ejecuta, o se ejecuta con la lentitud del que no le importa. Añádase a esto la crisis de algunos servicios de inversión, como ferrocarriles, aeropuertos, etc. y tendrán ustedes una situación menos que buena. En este sector de las infraestructuras aparece un fantasma que había pasado casi desapercibido hasta ahora: la presión corporativa de los cuerpos de funcionarios (o grupoide ellos más bien) que no han entendido que todo fluye y todo cambia. Filosofía griega que nuestro venerable barbudo –el de Tréveris, naturalmente-- asimiló y doctoró. Incluyo en el apartado la escasa consistencia en algunos objetivos de inversión. No hay la atención necesaria sobre la red de ferrocarriles que nos conecten con Europa, ni la intensidad exigida para convertir en eficaz y en eje el transporte de mercancías. Como ejemplo mayestático cito un problema más que doméstico: el coste en todas las monedas posibles de imaginar de lo que sucede en los servicios ferroviarios en Barcelona es elevadísimo y las respuestas dignas del malogrado dúo Tip y Coll.

Cuarto, la tensión brutal de los precios especulativos de la vivienda. El juego entre riqueza aparente, el valor del piso, y el coste en términos de porcentaje del salario familiar, se torna mortal por momentos. Incluso manteniendo una agresiva expansión inmobiliaria, que soporta una buena parte del PIB, era posible suavizar el coste sobre el ciudadano trabajador o dependiente del salario. Además es una obligación moral y por lo tanto política.

Quinto y último. El sistema fiscal y su honorabilidad. La tendencia suicida a la reducción de la presión fiscal (mucho más leve que en el resto de Europa) hipoteca los programas de equiparación de servicios públicos con nuestros socios europeos. Añadiendo a ello la escasa eficacia de la acción contra la evasión fiscal, un cáncer crónico totalmente innecesario y fácil de combatir que mezclado con el mundo inmobiliario ha creado un monstruo que no nos podemos permitir.

Acabo, de momento.

Lluis Casas, más bien filósofo (desde Parapanda)