viernes, 21 de agosto de 2009

LA ECONOMÍA (y el cerebro) DE VACACIONES





En este duro mes de agosto que estamos teniendo, a pesar de las temperaturas récord y escasas alegrías con el frescor nocturno, se impone otro tipo de noticias entorno a la economía. Todo el mundo sabe que cuando tu competidor está arrebatado por una intensa siesta o perdido en el bosque, es el momento de aplicar las medidas que permitan superarle en número, estrategia y táctica. Parece ser que nuestro presidente federal algo por el estilo rumiaba mientras el PP buscaba vida política en los más bajos fondos de las alcantarillas. Sumido en las profundidades ocultas de escuchas y otras hierbas de raíz tan imposible como incrédula, no tenía el ejército opositor nada real que echarse al gaznate político durante el estío.


En cambio la estrategia presidencial ha concluido con la presentación de los subsidios para los parados sin subsidio, valga la redundancia del asunto. Una propuesta que era exigida por el mundo social y por algunas zonas a la izquierda del propio gobierno y que coincidía además con las necesidades macroeconómicas para aumentar el consumo privado, eje que en nuestro entorno está generando aquellos poemas épicos de los brotes verdes que también en plan serpiente de verano se han transformado en crecimiento en cuatro estados de la UE. Todo un notición para el que está a la cola en crecimiento y en los primeros puestos en paro.


El conjunto de familias que estaban a dos velas, una vez consumido el periodo en que el desempleo les cubría mal que bien las necesidades básicas, es de un peso demográfico contundente. Creo recordar que el gobierno catalán evaluó en 190.000 familias el número de afectados por ese asunto al filo del mes de julio. Si eso era así en julio y en Catalunya, qué no sería en agosto y en toda España. No crean que las cifras estén claras, nada de eso. En nuestro sistema de recogida de datos nada está claro y, por tanto, tampoco la evaluación de esa circunstancia familiar y economía resiste el análisis profundo. La estadística en este país que sufrimos responde a encuestas parciales y a estudios por encargo, a despecho de que los funcionarios del ramo cansados están de exigir lo que se debe a tan importante activo técnico y político. Pero, independientemente de las cifras, no hay discusión posible sobre la necesidad y la dimensión real, ambas son de aúpa. Imprescindibles, vaya.


Puestos a hacer lo que se debe hacer, el gobierno federal, en este caso encabezado (es un suponer dado el resultado) por un ministro llegado de l’Hospitalet presentó el programa. La dicha duró escasos minutos puesto que la norma interna del decreto contemplaba más tonterías lógicas que esencia real. La torpeza, por no citar directamente el fraude sobre las expectativas, ha sido enorme y lo que hubiera sido una medida social y económicamente contundente se ha quedado en un lío enorme entre papeles, garantías absurdas y periodos de vigencia venidos directamente del inframundo. Tanto es así, que el presidente federal ha tenido que terciar y cambiar un decreto recién estrenado. La pregunta habitual en estos casos es más que pertinente, ¿a qué se debe tamaña ineficiencia? No hay técnicos en el gobierno federal que puedan diseñar algo con algún sentido de la justicia y de la política. Y ya puestos, ¿como un ministro se deja colar por activa o por pasiva torpeza tan solemne?


¿No será que la falta de plan político real en materia económica y social determina el nivel alto de chapuzas que estamos teniendo? Recuerden ustedes mi larga crónica familiar en torno a las ayudas a la dependencia, otra que tal. En fin, que más valía que el gobierno esperase el retorno de algún cerebro bien amueblado antes de darse a sí mismo con un canto en los dientes y frente a un ejército de la oposición tan desarmado que está montando líos en las tabernas de la costa presa del desafuero etílico de sangría de garrafón propio del verano.


Supongo que coincidiendo con esta chapuza aparece por el norte del gobierno federal la reforma fiscal, es decir el retorno a la buena vía fiscal, perdida entre eslóganes y consignas presidenciales sin sentido económico. Recuerden la frase de que la reducción de los impuestos es de izquierdas, vaya tontería. Si hubiera oposiciones a izquierdista el mentado presidente no pasaría de la primera fase. Saber leer y haber leído. En fin, tarde pero parece, digo parece, que tenemos posibilidades de que nuestro sistema fiscal reemprenda la vía que nunca debió abandonar (cito en homenaje a un fallecido Fernández Ordóñez y a un vivo Pepe Borrell) y obtengamos unos grados más de justicia distributiva y de capacidad pública para atender a todo lo que hay que atender en un estado moderno y eficiente.


Alerta, podría tratarse de un globo sonda, a la espera de la reacción de los que han disfrutado de la contrarreforma fiscal en ejercicio estos últimos años. No sería de extrañar que el gobierno federal hiciera marcha atrás, muchas veces ha dado muestra de la elegancia amatoria en este último y arriesgado movimiento.



Lluis Casas, preparándose para rascarse orgullosamente el bolsillo fiscal.


martes, 18 de agosto de 2009

CRÓNICA DESDE UN BOTE




No hay mejor manera de ver la costa que desde el mar y a una cierta cercanía. Para ello es inevitable la navegación en bote, a menos que por carecer de imponderables económicos nos podamos permitir el lujo del helicóptero o la avioneta. Como no es el caso, descarto esos medios de momento a la espera de una invitación de algún parapandés de pro que disponga de ellos y continúo con lo que sigue.


La vista habitual de la costa es la que tenemos desde tierra, ya sea desde las carreteras limítrofes, los caminos de ronda o desde alguna casa privilegiada. Esa visión no es la misma que la que podemos obtener navegando de bolina en un bote y colocados a proa, recibiendo la “brisa”
[1] ampurdanesa de lleno. Se lo aseguro, así es, y les recomiendo vivamente a aquellos que no han tenido el placer de hacerlo que prueben con la experiencia.


Esa experiencia no incluye solamente la vista costera, también se incluye el mar, claro está, la navegación, las olas y los vientos, todo ello tan encantador y tan impresionante como puedan imaginar desde el metro de altura que nos separa de las aguas. Pero la vista de costa es ciertamente lo más atractivo para aquellos que la ven por primera vez desde esa peculiar posición y continúa siéndolo para siempre. Esta visión es distinta a la impresión natural desde tierra, lo es tanto que nos produce una cierta incredulidad por el escaso reconocimiento de lo que antaño nos era conocido desde dentro tan en detalle. Es descubrir bajo una nueva forma el territorio sobre el que pisamos normalmente y del que ignorábamos la apreciación desde el mar. Es lo que le pasaba a ese campesino embarcado en un bombardero en esa película sobre la guerra civil, que con el afán de determinar donde estaba el enemigo, el campesino no pudo entender su tierra desde el cielo. Quedó perdido entre las nubes.


Lo dicho, si tienen ocasión, es decir si tienen un conocido con la infraestructura necesaria, háganse invitar al menos a dos o tres horas de navegación. Me lo agradecerán. Invitación por encargo que hago especialmente extensiva a los residentes en el Maresme, dado que ese es otro mar y otra visión del asunto. Más al norte, la forma de la costa es abrupta, niega la planura de la arena y las líneas horizontales. La costa se transforma en vertical. En una forma brutal de enfrentamiento que dificulta la utilización del recuerdo asimilado desde el interior.


No crean que todo termine en esa simple e inmediata sensación de cosa nueva y sensorial. Otras cosas aparecen el la mente a poco que reconozcamos lo que vemos. El viaje en bote por la costa del Ampurdán norte, más allá del cabo de Creus, nos certifica el erróneo modelo urbanístico que el turismo ha impuesto en el país, o mejor dicho los empresarios y la sociedad propietaria de los terrenos susceptibles de recalificación. Para los que desconozcan la zona, les diré que es dura como la piedra, seca como la que más, ventosa a más no poder, pero posee zonas encantadoras frente al mar y una luz diurna en cambio contínuo. En ella el mar es predominante, este es un mar bravo e impredecible de veras, en el que la navegación a vela tiene riesgo cierto y que pocos aficionados la practican habitualmente. Incluso con los modernos y potentes botes de más de 100 caballos, los residentes y reincidentes acostumbran a ser más que prudentes en la excursión. Más allá del límite marino, la montaña, propensa al fuego devastador nos ofrece una cordillera que se humilla frente al mar y, este, nos mira prepotente, aunque es frágil y poderoso a la vez.



Nada que ver con lo que ha ocurrido en zonas marítimas más amables, en donde la arena y la rectitud de la costa han permitido lo que no tiene nombre. Aquí el asunto es más sutil y tal vez más inútil. Estamos en terreno de temporada breve, brevísima, en donde la rentabilidad turística es más o menos instantánea, de julio a mediados de septiembre. Una zona que no admite multitudes, puesto que no hay lugar para meterlas. Un territorio que vive de la venta y de un duro alquiler de dos meses.


Con esos aditamentos el turismo y la ordenación del territorio que podía crearse se debían basar en un gran respeto a un medio natural tan peculiar y exigente. En cambio aparecen muestras más que definitivas de lo contrario, el gran conglomerado vacío la mayor parte del año de Llançà, ocupando las laderas del vecino parque natural del Cap de Creus, aupándose por improbables caminos hacia unas alturas que ofrecen una vista inmensa de la marina y un acceso imposible por medios naturales. Incluso el más cuidado Port de la Selva, pueblo aristocrático en la medida que la burguesía lo sea y competidor de la más de moda Cadaqués del otro lado de la montaña, ofrece heridas menos profundas pero evidentes. Las poblaciones hacia Francia, Colera y Portbou, dejadas de la mano de los hombres, se mantienen en un equilibrio social lánguido e imposible. Portbou, que otrora era centro de negocios y contrabando, dada su calidad de fronteriza, es hoy un residuo de lo que era, pendiente de un puerto deportivo excesivo y de la RENFE, mientras las vías tengan la anchura que tienen.


Incluso si somos un poco impresionistas, celebraremos un baño en los no hace mucho basureros locales, dos o tres playitas en donde buceando puedes conseguir el modelo de vehiculo que imperaba hace diez años y que a trozos era expedido al mar, conjuntamente con el hueso del jamón y otros restos de menor nobleza. La costa no engaña y conserva para el futuro los errores del pasado.



Lluis Casas con escafandra.





[1] Esa brisa es condenadamente fuerte y sorprendente. La Tramontana, que en su acepción habitual se certifica como una tramuntanada. Por su carácter impredecible y brusco.

martes, 11 de agosto de 2009

YA NO HAY MOROS EN LA COSTA ...






La expresión, que reconocerán en el encabezado, se debe a la larga tradición de excelentes relaciones que la gente costera mediterránea europea ha mantenido con los de la otra orilla, de origen mucho menos aristocrático para los que no saben historia.


Muchos siglos de maravillosas relaciones entre ambos lados han dado su fruto en esa expresión que resume la comprensión mutua y el buen hacer de sus respectivos gobiernos, preocupados ambos por los derechos humanos y el desarrollo franco, libre y pacífico del lago romano. Ni que decir tiene que no citaré, dios me valga, la expresión surgida en la guerra civil a propósito de las tropas musulmanas adheridas al alzamiento nacional cristiano e imperial, ¿para qué?, pues todo responde a los mismos profundos sentimientos míticos. Más daño hacían los alemanes y los italianos, y más cómodamente lo hacían desde sus aeroplanos bombarderos y no tenemos acuñada expresión alguna contra tudescos y transalpinos.


Esa frase inicial sumía a los lugareños de nuestro lado en un estado beatifico de tranquilidad y permitía a reyes y duques impulsar operaciones de gran interés ecuménico en Túnez, por poner un ejemplo. Operaciones de hasta no hace muchos años, como en una isla de imposible nombre: Perejil. Allí, en Túnez mismo, hoy puede contemplarse los restos de un mito cadavérico hispano, producto de ese buen hacer gubernamental carpetovetónico, allá en el siglo XVI. Prueba irrefutable que existe la otra cara de la expresión, no hay cristianos en la costa.


Desde Rosas hoy esa expresión ha dejado de existir por simple obsolescencia del concepto. Los moros están en la costa, con sus familias que visitan regularmente el mercado municipal e incluso establecen paradas en él, con sus hijos que van a la escuela de la Generalitat y que se adhieren als castellers o als dimonis a poco que se lo propongan. Los frutos de la tierra o las propias promociones inmobiliarias se hacen a mano mora en gran parte. Los moros ya serán pronto todos y ninguno, en cuanto las generaciones que aprendieron juntas la historia (lamentablemente) cristiana terminen como han de terminar, compartiéndolo todo.


Mientras tanto queda mucho camino por recorrer, camino formado por las dificultades que imponen la lengua, la religión y las costumbres. ¡Qué difícil adaptar las costumbres! Necesitamos de nuevo un Anguita en forma que vuelva a dirigir su tropa mora en los pueblos de Alicante, pero formada directamente por originarios propios, y que la jornada termine con la victoria mora, faltaba más. Sin ningún disimulo. No cambiaremos ni el puro en la boca (que refleja una conciencia del futuro americano), ni la música, verdadera mezcla reconocida de sangres hermanas.


Hoy estamos regulando esa convivencia a golpe de norma, sin darnos cuenta que la verdadera fusión se hace en el ambulatorio local, en el autobús y en la cola del paro. Yo, los esfuerzos administrativos los haría en esos lugares, para que unos y otros, es decir, unos, se sientan, como ha de ser, unos. Con colores diversos.


Eso me parece a mi hablando con Rusto, miembro de una familia de allí de once personas afincada ya aquí, y que se ha echado una novia que responde al nombre de Montserrat. Como el tercio.



Lluis Casas, expresionista (fracción renovadora)




Radio Parapanda. En la voz del joven locutor Simón Muntaner de esta emisora:
LA NECESIDAD DE UN "BLINDAJE SOCIAL" EN TIEMPOS DE CRISIS. EL CASO DE MERCOSUR.



miércoles, 5 de agosto de 2009

ESGTE AÑO LAS CAJAS NO HACEN VACACIONES EN VERANO






Como habrán podido comprobar con solo abrir una página de cualquier periódico, este verano se caracteriza por un agitado y confuso movimiento de declaraciones y aclaraciones entre las múltiples cajas de ahorro españolas. A este acelerado proceso de parlamentarismo mediático se han añadido más o menos discretamente algunos gobiernos de las CCAA, el Banco de España y la guerra mundial en torno a Caja Madrid. Todo ello produce escozores en amplias capas de la epidermis en los lectores e incluso inquietudes más profundas entre las ensoñaciones playeras de estos días. En otros comentarios de esta interesante serie sobre las cajas ya les advertí de la necesidad flagrante en ciertos medios bancarios y en otros de ideología liberal a meter mano a lo grande en esa atípica estructura financiera socialista que son las cajas.


Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, hoy ese conglomerado de intereses económicos e ideológicos está en trance de sacudir profundamente la base en la que se han asentado las cajas durante decenios: su vinculación más o manos intensa en un territorio conocido e identificado. Esa ha sido la base de construcción del sistema financiero de las cajas y sobre esa base han obtenido más del 50% del negocio.


Los bancos, principalmente esas dos piezas de caza mayor que todos ustedes conocen, ambicionan crecer y eso solo pueden hacerlo absorbiendo el negocio de las cajas, comiéndose a las cajas o mediante métodos sofisticados y disimulados que son los que están hoy en marcha. Lo que está en marcha es el proceso de privatización de las cajas: en la fase actual se trata de arrancar la raíz que las sustenta, el territorio, la representación social y política local, las conexiones sociales y culturales que se han ido construyendo. Con la reducción de su número y su dimensión estatal –una operación en marcha-- es lo que se intenta, las cajas quedarían como pájaros del cretácico, desde ahí se puede entrar en una segunda fase que es su transformación paulatina en entidades financieras estándar y después a la bolsa y luego a donde manden.


Piensen que lo que en determinadas circunstancias, las de hoy, es un freno a su banquerización, como es esa relación con su entorno y su representación ajena a los conceptos habituales en sus consejos de administración, puede volverse una debilidad extraordinaria en cuanto se aleje del terreno donde nació, puesto que nadie de los que hoy representan a ese concepto social desde esos lugares de dirección defiende cosa suya.


La crisis ha venido como agua de mayo para esa operación que ha estado latente muchos años. La debilidad de ciertas cajas permite que se plantee una operación de salvamento que pasa por su absorción, dicho así a lo bruto o más fina o refitoleramente. Probablemente, las cajas afectadas por los estropicios de la inmobiliaria podrían con un cierto tiempo por delante y con sensibles mejoras en su estrategia financiera, recuperarse. El Banco de España con su habitual consigna de que está al servicio de cierto capital y de determinadas ideas políticas y sociales empuja la solución radical, más allá de lo que podría parecer necesario.


Ahí, las cercanas maniobras del gobierno catalán se entienden con claridad. Frente a ese vendaval es mejor que todo quede en casa atado y bien atado, con ciertos remiendos y dando mayor entidad a las cajas pequeñas catalanas. Por ahí algunos están siguiendo el camino, otros con el bolsillo lleno circunstancialmente se giran de espaldas, plenos de incomprensión hacia las circunstancias globales.


Lo dicho: este agosto nadie que cuente en el mundo de las cajas va a tener descanso y permanecerá pegado al móvil y rodeado de arena. Por cierto, aprovechamos la ocasión para desmentir rotundamente esos rumores que dan por hecho que la Caja de Ahorros de Parapanda va a comprar el Banco de España.




Lluis Casas, hartico de advertirles

lunes, 3 de agosto de 2009

LA VIVIENDA EN PLENO FERRAGOSTO






Ni en plena hégira de vacaciones las malas noticias nos abandonan; por lo visto están exentas de periodo vacacional.


He leído, ya en el campamento veraniego, que los precios de la vivienda sufren síndromes de lo más extraño y sorprendente. Dicen los textos periodísticos que la vivienda de protección oficial tiene un precio superior a la del mercado libre en Catalunya. Cosa realmente sorprendente dado que la vivienda pública existe bajo la consigna política, la regulación legal y el apoyo racional a obtenerla en base a precios asequibles (en términos relativos) respecto al supuesto mercado.


En las notas periodísticas nada se dice sobre las causas de tan extraño fenómeno. Con ello parece atribuirse el asunto a razones desconocidas o, tal vez, a las meigas que desde el costado celta nos lanzan sus amenazadoras miradas.


¿Existe realmente el fenómeno?, o, ¿es producto de las manipulaciones estadísticas? Manipulaciones en el sentido llano del término, o sea, el simple tratamiento de datos. No tengo información directa, de momento, sobre el anómalo suceso y solo dispongo de la parte racional de mis neuronas para pensar que es lo que sucede. Por lo pronto, se me ocurre un enfoque que, si bien no da sentido cabal a la respuesta fenomenológica, si atiende al fundamento del problema.


En nuestra peculiar estructura del sistema de producción, venta y alquiler de la vivienda se nota la mano del mercado allí en donde miremos. En ningún sitio aparece con claridad la respuesta lógica, justa y económica a lo que la constitución nos emplaza: la vivienda es un derecho. En realidad todo el tinglado es un curioso montaje en desequilibrio en donde todo se hace para no hacer lo fundamental: la producción pública de vivienda en alquiler en dimensiones y en una distribución territorial que abastezca las necesidades básicas de la población. Como eso no lo hacemos, hemos de hacer mil filigranas para que parezca que tenemos política pública de vivienda, y esa escasa y desenfocada política produce sorprendentes criaturas, como la presente, en la que el preció tasado de la oferta pública (núcleo existencial de la presente política) no evoluciona respecto al mercado libre (que por razones de caída del mercado busca en el precio su salida) y termina por ser más cara. Y escasa añado.


No era difícil prever el acontecimiento, incluso, creo yo, asistiremos a más fenómenos extraños en apariencia, pero que simplemente reflejan esa contradicción de base. Para no cabrear al mercado, dios todopoderoso que solo tiene un pueblo elegido, los promotores, hacemos mil filigranas para poner en el mercado en pleno auge especulativo viviendas a un precio que en esas circunstancias parecía benéfico. Hoy resulta estúpido.


Lo realizado en la materia en Catalunya, a pesar del comentario anterior, se ha hecho con enormes y solitarios esfuerzos de una fuerza política y social que es la única en pretender una política coherente de vivienda. Los equilibrios a la que esta ha tenido que atender en el largo y proceloso camino legislativo, económico y de producción la han dejado en paños menores en las actuales circunstancias. No es lo que se pretendía, pero las circunstancias son siempre lo que son. Hoy no estaría mal una reflexión en torno al asunto, para que en el inmediato futuro no se pierda la experiencia y si es posible, tampoco el esfuerzo y la energía necesaria para volver a la carga.


La vivienda, motor en sucesivos periodos de la economía española siempre ha hecho sucumbir la parte social del asunto, la vivienda pública y de alquiler. Ello sucede por que esa es la verdadera amenaza al promotor que siempre campa libre por sus respetos. Sin el 30% de la vivienda que en Europa está bajo esa influencia, el precio no es solo libre, sino que quita libertad y dinero a los sectores sociales a los que ese porcentaje atiende. ¿Verdad que lo entienden?



Lluis Casas desde la Costa Este.