sábado, 1 de noviembre de 2014

JORDI PUJOL EN WATERLOO

Por múltiples y diferentes motivos me he mantenido callado en este medio digital, haciendo frecuentes entradas y comentarios en Facebook para confirmar a los amigos y conocidos que mi existencia continuaba. Para no dejarles en una duda eterna, mis razones para estar silente son de orden personal, un gran y viejo amigo ha desaparecido afectado por una enfermedad rápida y cruel. Por otro lado, las circunstancias políticas del pequeño país y del gran país me tienen preocupado y falto de respuestas o de comprensión global. He llegado a sentir temor racional ante un futuro que no se vislumbra positivo, sea lo que sea lo que suceda. Espero que lo anterior les sitúe en mi personaje actual. Ahora vamos a lo que vamos.

Por coincidencias de la fortuna me he puesto a leer a ratos el libro de Ildefonso Arenas “Álava en Waterloo”, dada mi afición por el mundo napoleónico. Les advierto que es un libro extenso, extraordinariamente informado tanto en sus aspectos políticos, militares, como de la vida y vicisitudes de la alta sociedad de la época. Por todo ello, tiene sus dificultades de lectura si uno no es un verdadero experto de esa época de cambios y catástrofes que conformó la nueva sociedad europea y latino americana. Para ello, el autor utiliza un testimonio de primera línea, Miguel De Álava, marino, general español en la guerra francesa, adjunto a Wellington tanto en España, como en Francia y después finalmente en Waterloo, disimulado bajo el nombramiento de embajador de España en Bruselas. Una historia la de ese personaje de enorme interés.

Waterloo fue para Napoleón su canto de sirena en forma de desastre absoluto político y militar. La reacción del corso frente a una presunta derrota, que lo instaló confortablemente a pocas millas marinas de Francia en un exilio de oro, fue un retorno a hombros de su ejército (bajo mando real) y de una buena parte del pueblo francés. El contraste entre su exitoso emperador y el melifluo borbón sustitutivo fue un triunfo que jugado por las manos hábiles de Napoleón lo reintegró al frente de Francia en semanas. El tiempo que tardó en recorrer el camino del Mediterráneo hasta Paris.

A partir de ahí, todo se tuerce. La capacidad intelectual y física no lo acompañan, sus peones principales no están (uno es incluso presuntamente asesinado en Austria para que no se reintegre al frente de la maquinaria militar francesa) o no están debidamente próximos. La política histórica del emperador, con un control total de gentes, prensa y aparatos de estado de extremo control cambia y los peones al servicio de múltiples intereses se le desmandan. Es un Napoleón disminuido, aunque con su habitual estrategia de riesgo y confianza en poder desmembrar las coaliciones en su contra de uno en uno. De hecho, Waterloo no es una batalla, son seis y la derrota la sufre en una. Una derrota casi total a manos no del Wellington, sino más bien del mariscal prusiano y su jefe de estado mayor, el factótum real del aplastante final.

Jordi Pujol tiene  muchas de las características de un Napoleón, es creador de mitos y constructor de país sobre bases históricamente frágiles. Es capaz de incrementar su poder, mejorar su imagen y asegurarse 23 años de mando personal sobre el desastre de Banca Catalana. Un desastre financiero que hubiera inhabilitado a cualquier otro en un país normal. Pero además del desastre, se sobrepone a las “irregularidades” empresariales y personales del final del sistema financiero pujolista. Pujol queda transformado en un gran estadista después de evitar, probablemente, la visita al juez y a la comisaria. Todo un personaje de carácter al más puro estilo del emperador de los franceses. Un personaje subido a los altares de los suyos y emisor de temores para sus opositores. Incluso después de su paso a la reserva.

Los cantos elegiacos para Jordi Pujol se extienden incluso ahora, después de su falsa confesión, de su comparecencia teatral en el Parlament y de la agitada actividad judicial y policial en torno a su clan familiar directo. Hay comentaristas, que sin excluir la crítica a lo evidente, mantienen al santo en su pedestal en beneficio de la “creación” de una gran Catalunya y de una influencia intensa en la política española e internacional.

Como nunca he estado de acuerdo con esas valoraciones del personaje, aunque le reconozco habilidades y personalidad por encima de la media, ahora tampoco acepto distinguir entre el Pujol estadista y el Pujol corroído por la presunta corrupción de la “famiglia”.

En primer lugar, no es solo la “famiglia” la que hace “mans i manigues” para realizar una gran acumulación primitiva de capital en una sola generación y no solo ha sido desde unos años hasta ahora, tampoco han sido los únicos en utilizar conexiones, conocimientos, influencias, ordenes administrativas o políticas para medrar. Les han precedido y acompañado otros con cargos relevantes en los gobiernos pujolistas o en los partidos de gobierno, tanto monta Convergencia, como Unió. Son Consellers, secretaris generals, directors generals, asesores, empresarios fundadores del partido, empresarios “a la española”, dependientes del Butlleti de la Generalitat, de los concursos y contratos que en el aparecen.

El pujolismo creó un sistema de gobierno con raíces en los privilegios, los favores mutuos, la manipulación administrativa, la oscuridad informativa, la distribución de prebendas y la defensa de esos mecanismos en nombre de la patria. Jordi Pujol ha sido un ocupa del poder, no un transformador, un hacedor de un país moderno. Resulta sorprendente en quien manifiesta que su pasión principal es la construcción de un país, el fer país, que substituya un gobierno unitario de Tarradellas sin competencias, por un gobierno monocolor elegido para ejecutar políticas reales dejando al 50% de las alternativas políticas  en la oposición. Pienso que es un caso único en la historia europea.

Por razones que no vienen al caso, me encuentro en una situación en la que vivo rodeado de documentación referida a la corrupción de esa época, prensa, libros, documentos parlamentarios, etc. Al contrario de lo que muchos creen, el material es inmenso. No es en absoluto cierto que nada se sabía de las oscuridades económicas de los Pujol, tampoco lo es con referencia a las actividades innombrables de los gobiernos que presidió Jordi Pujol, ni de los tejemanejes de los paridos de la coalición de gobierno.

No menos de una docena de libros han sido publicados, con información extensa y, en general muy crítica. Los artículos periodísticos forman también un grueso volumen y la actividad parlamentaria de denuncia de las presuntas o seguras fechorías no es, precisamente, poca cosa.

¿Por qué entonces esa impresión de sorpresa frente a la falsa confesión del ex President, ya no honorable? ¿No será la misma táctica de manipulación informativa a la que el Pujol gobernante era adicto? ¿La sorpresa sobre esos aspectos de su personalidad y de su hacer personal no es la base de la revisión del personaje para salvar el mito o una parte de él y con ello una cierta continuidad de los intereses que han medrado en ese período?

La sociedad lo sabía, la política lo sabía, la prensa lo sabía, las instituciones fiscales lo sabían, José María Aznar lo sabía, Felipe González lo sabía. La mayoría utilizaban ese conocimiento para el mercadeo, mercantil, político o ideológico. No ocultemos con una herencia claramente dudosa la historia del gobierno de Catalunya y de España en los años del pujolismo. Se lo debemos al futuro.

Lluís Casas asqueado.