viernes, 1 de mayo de 2015

La corrupción en el sistema de salud de Cataluña

Asistimos estos días a un lamentable espectáculo en torno a la chapucería corrupta en distintos centros sanitarios de Catalunya. La ciudad de Reus con su casi nuevo hospital tiene las cabeceras de los periódicos ocupadas, así como algunas celdas preventivas. No es el único caso, hay muchos otros que arrastran más o menos lánguidamente su existencia judicial desde hace años, en el Maresme y en otras comarcas.

El asunto de la corrupción en la sanidad tiene larga trayectoria y ha producido ejemplos de clarificación, de difusión de las oscuras maniobras de políticos y de gestores que se han plasmado incluso en revistas ad hoc (Café amb llet, por ejemplo), así como en movimientos de sanitarios por la honradez en sus centros de trabajo, el Sant Pau, sin ir más lejos.

Al problema de la corrupción, que tiene múltiples formas y consecuencias, hay que añadir una faceta colateral, o mejor dos. La primera es la paulatina privatización de los servicios mediante variadas formas más o menos discretas, en las que el actual conceller, como eficiente representante de la sanidad privada, se aplica con dedicación, tozudez y no sé si con eficacia, dados los escándalos que protagoniza. Otra forma, más o menos parecida es la transformación de centros públicos en una especie de sanidad mixta con dos colas: la pública con listas de espera y la privada, pagando, y con rapidez inmediata en las actuaciones. El caso del Clínic como paradigma.

Según mi punto de vista, y encantado de incorporar otros, el asunto hunde sus raíces en la más remota lejanía: en el momento en que se crean sistemas de salud públicos merecedores de tal nombre y no únicamente como sistemas de beneficencia. La doble actuación profesional, privada y pública, de muchos profesionales era uno de sus puntales, la acción de las farmacéuticas sobre la decisión terapéutica para colocar sus productos otra, la inversión en tecnología una más y finalmente el simple hecho constructivo, factor de reparto de beneficios en base a costes no previstos la final.

De hecho, todo ello se reduce a entender que el sistema de salud mueve inevitablemente un altísimo presupuesto público, en el que intervienen sectores enormemente variados. Un pastel muy substancioso que mantiene alerta a los buitres existentes en todas partes. No es pues de extrañar la aparición de casos de corrupción, lo que no debe generar conformidad en absoluto, sino, al contrario, métodos de control y sistemas de organización que eviten tentaciones, así como mecanismos “de castigo” lo suficientemente inhibidores de las acciones auto benefactoras.

Eso ocurre en casi todas partes, la corrupción no es una característica catalana exclusiva, ni tampoco lo es la corrupción en la sanidad. Ocurre, sin embargo, que el sistema catalán de salud tiene sus especificadas que tanto han tendido a lograr un sistema de calidad asistencial reconocida, como a derivar hacia los subproductos de la corruptela o del negocio privado.

La peculiaridad catalana es la convivencia (y ahora connivencia) entre centros públicos de diversa procedencia (municipales, de entidades sin ánimo de lucro, del sistema estatal transferido, etc.) y centros privados que obtienen calificaciones técnicas que les abren la puerta a los conciertos u a otras formas de relación con el sistema público. Esa amalgama generó en su momento una oferta sanitaria pública amplia en términos relativos e históricos. Fue más rápido en su día la incorporación del concierto que la creación de centros estrictamente públicos. El problema surgió en cuanto un sistema montado sobre la buena idea de aprovechar lo existente se consolida como un mecanismo en el cual lo público y lo privado se mezclan sin apenas distinción. Añadamos una crisis de financiación del sistema que tiende a provocar presiones y tensiones sobre el presupuesto público y la evidente desviación de una parte de este hacia los centros de propiedad privada a costa del cierre total o parcial de los centros exclusivamente públicos.

Ese sistema mixto ha dado en crear una población profesional de gestores que son expertos en eso que damos en llamar puertas giratorias, un día en un centro público y al siguiente en uno privado, ambos financiados por el presupuesto público y con una clientela parecida en parte. Esos gestores (trasmutados a menudo en políticos, como es el caso extremo del consejero actual) o en asesores eminentes tiene intereses propios, distintos de los objetivos sanitarios, como sueldos y prebendas, influencia y la deriva a obtener ingresos como proveedores del sistema. Los casos en los que la limpieza, la tecnología, etc. son dirigidos por empresas con propietarios, directivos o accionistas eminentes e íntimamente vinculados al sistema público de salud o a los mecanismos políticos relacionados, son legión.

El monstruo actual sanitario catalán ha tenido patrocinadores de dos ámbitos políticos que están a la greña en casi todo, excepto en eso. Han aplicado el “ahora yo, pero tú, tranquilo, que tendrás permanencia”, “ahora al revés, me devuelves el favor”. Miren sino la lista de consejeros o consejeras de los distintos gobiernos y, sobretodo, el elenco de altos gestores. Ahí está una buena parte de la explicación del problema.

Observen también el confuso sistema organizativo, tanto técnico, como territorial de la sanidad catalana. Es una maraña de entidades, consorcios, coordinaciones territoriales, sistemas de participación local y un etcétera que podría necesitar una enciclopedia británica para describirlo. El gasto en nómina orgánica es de aúpa, el rendimiento obtenido es, ahora, más bien discreto. Pero hay sitio para todos, los que entran y los que salen de forma periódica y sistemática.

A pesar de todo, gracias al excelente nivel profesional de los sanitarios, el sistema es aún salvable y relativamente eficiente. Con una sola condición, que el sistema político, el profesional y la ciudadanía en general consigan una recomposición total de la sanidad, eliminando las dobles vías privadas, consolidando el sistema público único y simplificando el maremágnum organizativo.

Lo dejo momentáneamente aquí y espero que otros aporten más y mejores consideraciones.



Lluís Casas con la pata quebrada, camino de la manifestación del Primero de Mayo.