sábado, 22 de abril de 2017

Jorge, el Egipcio



RELATOS DE BADALONA (5)
Lluis Casas

Le llamaremos Jorge por comodidad y discreción, aunque pienso que su verdadero nombre traducido al castellano es más que parecido al que utilizo.
Jorge es un hombrón de buena presencia. Con un tamaño perfectamente respetable. Mantiene el rostro con una expresión de gran seriedad que podría devenir en alerta para el que le habla.

En realidad, el verdadero carácter de Jorge se descubre en cuanto toma la palabra, aflora una gran timidez, un extremo respeto hacia el interlocutor, una calma y una capacidad de reflexión notables. Para un ex trabajador de la construcción resulta sorprendente. No hay gritos, ni quejas, ningún exabrupto comprensible. Tal vez si la conversación fuera en su lengua las cosas serían distintas, pero no lo creo. Jorge es un ejemplo de moderación en casi todo.

Tal vez Aneda, su mujer, tenga algo que ver. Dispone de un control delegado que la hace casi independiente a pesar de su territorio de origen y las costumbres que se intuyen. Vistos en su domicilio, territorio hegemónico de Aneda, todo encaja.

Jorge y Aneda son egipcios y además cristianos coptos. Lo cual significa que su fe es la más antigua dentro del cristianismo. Una pareja con tres hijos varones pequeños que mantienen en su casa una verdadera delegación eclesial de su religión: hay en el televisor, conectado vía satélite, una misa copta casi permanente.

Existe en la zona de Badalona y municipios adyacentes una pequeña comunidad copta que los mantiene vinculados y menos aislados en el mar del catolicismo descreído y del islamismo un tanto abandonado.
Jorge y Aneda estaban instalados con cierta comodidad para unos inmigrantes en la Catalunya del todo es posible en el mundo de la construcción. Salario alto y administración doméstica moderada prometían una buena vida.

Las circunstancias de imprevisibilidad de la vida condujeron a Jorge a un gravísimo accidente laboral y a la anulación de su capacidad de trabajar en su oficio y en cualquier otro que exigiese la más mínima capacidad física. Después de unas ciertas diatribas con la aseguradora y con el sistema de pensiones a Jorge se le concedió una pensión permanente por incapacidad. La medicina decidió que el riesgo operatorio para Jorge era tan grande que era preferible renunciar y aceptar los dolores permanentes y la disminución de la movilidad. Las muletas primero y el bastón después iban a ser los complementos para siempre para un deambular inseguro y lento.

Con la vida cambiada, Jorge y Aneda se enfrentaron al problema básico de toda familia con hipoteca: como compaginar su pago con el mantenimiento familiar, tres hijos pequeños no son poca cosa a la hora de los gastos, cuando los ingresos se reducen a la mitad.

No estamos hablando de una vivienda de lujo, en absoluto. Dos habitaciones y el estándar habitual de baño, cocina y comedor. Y, algo muy importante para el futuro, una escalera sin ascensor, lo suficientemente estrecha y empinada como para obligar a Jorge a permanecer en casa siempre que no fuera absolutamente imprescindible lanzarse a la aventura del descenso. Para los niños el problema era menor, siempre podían emprender la fuga en plan suicida. Lo que es, evidentemente, un incentivo para los de su edad.

Los impagos producidos de las cuotas de la hipoteca llevaron a la familia de Jorge y Aneda a visitar la PAH de Badalona y a emprender la peregrinación de intentar un acuerdo bancario que les dejase en una situación mínimamente favorable. Se trataba de poder acceder a una vivienda de alquiler social y de eliminar la deuda subsiguiente a la dación de la vivienda.

En el caso de Jorge y Aneda no existía el agobio de la falta de unos ingresos mínimos que permitieran una vida básica. La pensión de Jorge y las trapicharías de Aneda, que fácilmente pueden imaginar, garantizaban la alimentación y los gastos básicos familiares. El problema era la vivienda y la deuda en el marco de una persona que no podía acceder a casi ningún trabajo por elemental que fuera.

Finalmente, la banca afectada (una entidad dependiente de un gran banco creada especialmente para hacerse cargo de las hipotecas de riesgo que el mismo banco madre no consideraba con suficientes garantías) atendió a la negociación e incluso acepto hacerlo en el domicilio de Jorge y Aneda. Una situación que debo reconocer que no se da con la frecuencia necesaria. El que los representantes de un banco se sienten en el comedor que van a apropiarse no resulta cómodo porque los enfrenta muy directamente al problema humano. Pero aceptaron y los felicito por ello.

La oferta bancaria fue total: asumían el alquiler social de la vivienda y se eliminaba toda la deuda resultante. Un resultado satisfactorio para la familia de Jorge y Aneda. Ahí saltó el problema, el banco carecía de viviendas en la zona que tuvieran ascensor o al menos un acceso adecuado al estado definitivo de Jorge. La vivienda en la que estaban era un riesgo demasiado elevado como para continuar en ella. La posible oferta de vivienda de alquiler pública era y es una quimera, todo y hacerse con los papeles necesarios y realizar la solicitud obligada. Un trámite burocrático sin futuro, pero de obligado cumplimiento para prevenir un “por si acaso” o su equivalente, un milagro.

El eje principal de la política de vivienda es inexistente en España: una oferta de alquiler que cubra las necesidades de los sectores que no pueden enfrentar la especulación del submundo inmobiliario. Por ello pasa lo que pasa y pasará lo mismo en la próxima e ineludible próxima crisis.

Jorge y Aneda tuvieron que hacer de tripas corazón y buscar una vivienda por su cuenta que fuera congruente con sus necesidades y sus posibilidades económicas. El esfuerzo, me explicaron, lo hacían pese a que un hipotético regreso a Egipto con la pensión disponible era una opción muy práctica en términos económicos, pero los hijos tenían escuela, sanidad y un entorno del que no dispondrían en su país. La apuesta familiar está aquí, cueste lo que cueste.

Finalmente, Jorge y Aneda consiguieron una vivienda ajustada a sus necesidades más básicas y con la ayuda de su comunidad copta se trasladaron a su nueva aventura. Es un final casi feliz dentro de un drama considerable.

Les adjunto una fotografía de Jorge y Aneda, representando su drama. Fue una sesión fotográfica con muchos afectados hipotecarios que duró dos días.

Lluís Casas egiptólogo